
Heridas emocionales
Una herida emocional podría definirse como secuelas psicológicas que nos han dejado determinadas experiencias traumáticas (principalmente en la infancia, que es cuando somos más vulnerables). Estas experiencias tienen que ver con el tipo de relación (más saludable y segura o menos) que tenemos con nuestros cuidadores principales (que suelen ser los padres aunque pueden ser otras figuras de referencia). Y cuando decimos ‘experiencias traumáticas’, no necesariamente tiene que ser algo «terrible» o muy impactante. De hecho, muchas veces ni siquiera somos conscientes de cuánto daño nos han hecho determinadas experiencias, de cuánto daño hacen determinadas experiencias a los niños, de cuánto de mal están determinados actos que tenemos muy normalizados en la familia.
Por poner un ejemplo: un padre / madre que de forma habitual, cuando el niño/a se enfada y expresa su desacuerdo y su rabia, le castigan enviándole a su cuarto, solo. O un padre / madre que cuando surge un conflicto con su hijo/a, después se pasa rato sin hablar al niño o sin prestarle atención. Es posible que aquí ese niño aprenda a que «si expreso mi enfado, me dejan solo o me ignoran (en esencia: me abandonan», encontrándonos posteriormente con un adulto que no expresa su enfado y no pone límites en sus relaciones (no dice «no», es complaciente o se deja «pisar», incluso tolera abusos) ya que tiene asociado que la consecuencia de hacer eso es que le abandonen (lo cual asusta mucho).
Las heridas emocionales que se pueden crear a una persona en su infancia son:
– Herida de abandono: tiene que ver con vivir experiencias de soledad y abandono, que pueden ser muy evidentes (como un padre o madre que abandona el núcleo familiar y se desentiende de los hijos) o sutiles (como los ejemplos puestos anteriormente).
– Herida de traición: tiene que ver con experimentar situaciones donde la persona se siente traicionada. Tiene que ver con situaciones donde se rompe la confianza. Está relacionada con la rabia, la inseguridad, el miedo.
– Herida de injusticia: tiene que ver con experimentar situaciones donde existe injusticia. Un ejemplo sería ser criado en un tipo de relación entre padres-hijos donde impera aquello de «porque lo digo yo y punto». La emoción que acompaña aquí es la rabia.
– Herida de humillación. Muy relacionada con la vergüenza e incluso la culpa, esta herida tiene que ver con experimentar situaciones donde se humilla a la persona, se la ningunea, etc.
Quizá alguno de los ejemplos puestos, de los sutiles, nos parezcan «tonterías» o pensemos «¿cómo es posible que eso haga daño a un niño?». Debemos pensar que los niños son pequeños, por tanto, ellos lo ven todo grande. Además, los niños son vulnerables y no tienen herramientas para entender bien qué sienten, por qué lo sienten y qué hacer con eso que sienten o cómo defenderse de algo que les resulta doloroso. De esta manera, lo que a un adulto le daría igual o no le haría daño (o, al menos, no le dejaría secuelas), a un niño sí. Como por ejemplo, a un adulto le puede dar igual no ver a su madre durante unos días seguidos (y no experimentaría tristeza o ansiedad). Pero a un niño, seguramente no. Otro ejemplo: a un adulto le puede molestar que su padre le grite; a un niño, le puede asustar y suponer una pequeña ruptura de la confianza en papá.
Las heridas emocionales referidas a las experiencias dolorosas o amenazantes que vivimos en familia (y recordemos que estas pueden parecer inocuas desde la visión de un adulto, pero no desde la de un niño) son muy comunes. ¿Por qué? Porque a muchos de nuestros padres no les enseñaron a ser figuras de apego seguras, a criar de forma respetuosa y a conocer la naturaleza psicológica de los niños. Porque durante la crianza de un niño, a veces surgen complicaciones que no se sabe cómo abordar. Porque muchos de estos padres no son conocedores de sus propias heridas emocionales, traumas, miedos… y así, estos se van transmitiendo de una generación a otra.

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